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Aprender a escribir XXXII – Hábitos, gestos y maneras

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Tras haber dado fin a los post dedicados a los escenarios y los objetos de la historia llega el momento de repasar el último de los componentes que integran la dimensión física de una narración: los personajes.

No es esta la primera entrada dedicada a ellos ni mucho menos. En los artículos número XII y XIII de “Aprender a escribir” recogimos consejos destinados a la construcción de personajes; y en los artículos XV y XVI abordamos la realización de una hoja de personaje sección a sección, comenzando por puntos de información principales como son el rol del personaje y su descripción física. Es recomendable que leas esas entradas si no lo hiciste en su momento para enlazar con lo que viene a continuación.

Porque hoy, varios meses después, es hora de retomar esta tarea de completar la hoja de personaje que había quedado pendiente. Vamos a dar final a la creación de personajes y de paso a todo lo relacionado con el apartado físico y tangible de la novela.

Tras los datos personales, el rol y la descripción física, el siguiente punto a desarrollar en la hoja de personaje sería el relacionado con los hábitos, gestos, maneras e incluso manías del personaje. La importancia de este apartado radica en que en él se aglutinan todos aquellos rasgos distintivos que terminan por separar definitivamente al personaje como individuo del resto del plantel de la obra. Está claro que el aspecto físico y la función a la que está destinada un personaje son suficientes para que éste sea percibido como un individuo único, pero los hábitos y maneras matizan esta discriminación entre personajes y añaden las sutiles pinceladas para enriquecerlo, porque son emanados directamente a partir de la personalidad de cada uno.

Reglas elementales de los hábitos

Para que los hábitos y maneras tengan sentido y no resulten artificiales, hay que cumplir unas pocas reglas elementales:

1) Que sean específicos. Es decir, que cada personaje tenga sus propios hábitos y maneras con respecto al resto de personajes y que estos estén perfectamente definidos, que no sean vagos.

2) Que estén justificados. Podemos otorgar a nuestro personaje el más estrambótico de los hábitos que se nos ocurra, pero si éste no es verosímil, si el lector percibe que no hay razón alguna, por mínima que sea, que justifique la existencia de ese hábito o gesto, no funcionará. Una simple línea de texto puede conseguir que un hábito resulte creíble, por eso hay que procurar no olvidar escribir esa línea tan sencilla como necesaria.

3) Que el hábito cumpla una función narrativa. Un hábito que no sirve para nada, que ni siquiera es útil para mostrar algo sobre el carácter del personaje, es información inútil que estorba el devenir del relato.

4) No convertir al personaje en un contenedor neurótico de hábitos. Como en otras tantas cuestiones, menos es más, que un personaje tenga un muestrario reducido de costumbres y gestos permite que estos sean creíbles y que además ganen en visibilidad al no enmascararse entre ellos.

Tipos de hábitos y maneras

¿Qué tipos de hábitos puede tener un personaje? Bueno, todos los que se nos ocurran, aunque lógicamente siempre hay un grupo de categorías más habituales.

1) Hábitos en el habla: pronunciar de una determinada forma, utilizar un tipo de léxico con asiduidad, entonar una frase o cita particular repetidas veces, imitar voces, muletillas, dirigirse a los demás con motes…

2) Hábitos mecánicos: ejecutar algún tipo de gesto físico o movimiento hasta el punto de que puede llegar a ser realizado de manera inconsciente o como un tic involuntario. Guiñar un ojo, contraer un músculo, andar con un tipo de paso…

3) Hábitos de actividad: dedicar su tiempo al cumplimiento de determinadas tareas y aficiones de forma preponderante con respecto a otras.

4) Hábitos de aspecto externo: tanto en lo relativo a la vestimenta como a los arreglos y la propia imagen.

5) Hábitos rituales: hábitos que se ejercitan como parte de un proceso rutinario y hasta solemne.

Funciones de un hábito o costumbre

Y ahora, vistos estos grupos de categorías, viene lo más importante, ¿para qué puede servir que un personaje tenga un determinado hábito y costumbre en sus maneras? Recordemos qué funciones puede cumplir un hábito o costumbre.

En primer lugar, un hábito puede contarnos algo sobre el estado mental del personaje. La forma de expresarse aquí es instrumento común, porque no hay nada como una línea de diálogo para evidenciar la condición psíquica inestable de un sujeto. Tal es el caso de Caramanchada, el bufón trastornado en la corte de Stannis Baratheon de “Canción de hielo y fuego”, que no deja de repetir de forma compulsiva frases sin sentido como:

“–Bajo el mar siempre es verano –canturreó Caramanchada haciendo sonar sus cencerros–. Las señoras sirena llevan “anenimonas” en el pelo, y tejen túnicas con algas de plata. Lo sé, lo sé, je, je, je.

–Bajo el mar, nieva hacia arriba –dijo el bufón–, y la lluvia es seca como un hueso viejo. Lo sé, lo sé, je, je, je.”

Otro caso es Gollum de “El Señor de los Anillos”, que habla utilizando el plural mayestático para referirse a sí mismo, lo que enmascara un trastorno de personalidad múltiple real por el cual dentro del personaje conviven sus dos facetas, el villano Gollum y el miserable Smeagol:

“Lo queremos, lo necesitamos, debemos conseguir el tesoro, ellos nos lo han robado, sucios rastreros hobbits, malos, traidores, falsos.”

Pero la inestabilidad mental no solo tiene por qué ser manifestada a través de la palabra hablada, sino también con cualquier tipo de costumbre fuera de lo normal. Por ejemplo, el personaje de Rebeca, de “Cien años de soledad”, devora tierra del suelo y la cal de las paredes, especialmente cuando se encuentra bajo presión emocional.

Un hábito también puede decirnos cuál es el estado anímico del personaje. Hay sujetos que cuando experimentan determinadas emociones o sentimientos, automáticamente realizan una determinada acción asociada.

Sherlock Holmes, por ejemplo, suele consumir cocaína cuando está falto de casos interesantes que resolver y es vencido por el aburrimiento.

En el caso de Benjy, uno de los hermanos protagonistas de “El ruido y la furia”, que sufre de autismo y problemas cognitivos, reacciona berreando cada vez que siente que se cierne algún tipo de amenaza sobre la familia.

Un hábito también puede servir como carta de presentación e identificación de un personaje. Así, el archiconocido agente 007, James Bond, siempre se presenta mencionando su apellido una vez y a continuación el nombre completo, regalando así una firma inconfundible: “Bond, James Bond”. Además, en las reuniones de sociedad, Bond acostumbra a pedir un Martini con Vodka mezclado, no agitado (traducción española). Con tan escrupulosa puntualización a la hora de pedir un cóctel no solo se nos indica un gusto personal, sino también una sutil pincelada del carácter metódico del agente al servicio de su majestad.

En el caso de la película “La noche del cazador”, basada en la novela del mismo nombre, el falso reverendo y asesino, Harry Powell, acostumbra a entonar la melodía de la canción “Leaning on the everlasting arms”, de tal forma que el espectador, cada vez que escucha esa melodía silbada o cantada, sabe que el infame criminal está acechando a sus víctimas, porque es el hábito que lo identifica de manera directa e inequívoca.

Estos son solos algunos ejemplos. Aunque la mayoría de ellos tienen que ver con aspectos negativos, un hábito o gesto puede estar perfectamente asociado a una actitud o efecto positivos. Un hábito puede evidenciar un estado mental saludable, también puede contarnos que el estado anímico del personaje es de felicidad o sosiego. Lo importante es no olvidar los puntos que hemos comentado y que tras el rol, los objetivos, el aspecto físico y la personalidad, la guinda de la construcción de personajes son los hábitos, maneras y gestos.

Sigue pendiente las próximas semanas de esta serie para completar los últimos puntos de la hoja de personaje, y no olvides practicar en Sttorybox.com.


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