Cualquier historia se desarrolla en un mundo único y distintivo de tal manera que muchos relatos llegan a ser recordados en más de una ocasión por sus logros a la hora de gestar un entorno memorable y característico con respecto al resto de novelas publicadas hasta entonces.
Un buen escritor abraza la siguiente máxima: El escenario es otro personaje más de la novela. Por ello debe recibir el tratamiento y la atención exquisita que se espera por parte del autor, así como contar con tanta profundidad y convicción como pueda poseer el propio argumento.
En una obra de teatro o película la escenografía, los actores y los elementos de atrezzo son reales, inequívocos y palpables. El espectador dispone de la realidad en tres dimensiones de la representación de la que es espectador y se ciñe a lo que sus propios ojos perciben por cortesía de los directores y artistas que han trabajando en el apartado visual y estético. Digamos que contamos con la ventaja de que nos entregan medio trabajo hecho y nosotros solo debemos contemplar lo que nos ofrecen.
En literatura, en cambio, hay una diferencia en este sentido que lo significa todo a la hora de definirlo como arte individual: Aunque las letras son solo una representación simbólica y codificada de elementos que únicamente existen en la imaginación de un autor, la mente del lector se encarga de recrear virtualmente en su cerebro aquello que le evoca el libro que está leyendo, ejerciendo como un arquitecto de sensaciones.
Por lo tanto, en literatura, el mundo físico, aunque no puede observarse literalmente ni se intuye más allá de lo imaginario, sigue existiendo y cuenta con una importancia evidente. De hecho, cada lector construye su propia versión según su interpretación. Por ello ningún escritor serio puede desdeñar el poder que ejerce la dimensión física de una historia en los destinatarios de la misma. Cada elemento del escenario que se quede sin transmitir correctamente será algo que el lector no conseguirá o no querrá recrear en su cerebro y por lo tanto se perderá en el olvido.
Superada esta pesada introducción conceptual, vamos a lo que nos interesa, que es realizar una serie de recomendaciones destinadas a afrontar la creación, descripción e integración del medio físico en un relato, es decir: el escenario, los personajes y lo que en teatro o cine se llama atrezzo, los útiles y objetos.
Comencemos hoy con los lugares de acción, los distintos emplazamientos donde ocurren los hechos de la historia, los escenarios, ambientes y entornos.
El escenario: un personaje más
La manera más sencilla de aproximarnos a la creación de un escenario es, como hemos indicado, imaginar que se trata de un personaje más, es decir, que es un elemento vivo con características específicas e incluso orgánicas. Los seres vivos tiene historia, desde que nacen hasta que mueren, y todas sus vivencias definen su carácter y su propia imagen. Del mismo modo, toda localización o entorno cuenta con un contexto previo, con una vida anterior, una historia en la que ha gozado de una evolución y que proporciona unos antecedentes que sucedieron antes del presente actual de la narración.
Imagina que tu libro se ambienta en un pequeño pueblo de casas señoriales apelmazado alrededor de un castillo abandonado que domina todo el panorama. Cuando sitúes tu historia en este enclave, tu obligación será tener claro el papel que juega la fortaleza en la historia del presente, pero también conocer todos aquellos hechos acontecidos en su interior durante el pasado que puedan ser de especial relevancia para el lector. ¿Por qué está abandonado el castillo? ¿Quién vivió en él? ¿Qué historias y leyendas se asocian con el lugar? ¿Qué papel jugaba en la zona? ¿Cómo puede alguno de esos aspectos del pasado influir en la historia del presente? Estas preguntas y otras dan respuesta a la trayectoria de la localización y ayudan a dar sentido, riqueza y profundidad a su presencia dentro de la novela.
Para entender mejor los beneficios que se obtienen al trabajar los antecedentes de los escenarios acudiré a la siguiente curiosidad. En Alemania existe un enclave especial llamado Cinturón Verde, una estrecha pradera que se extiende por el país de norte a sur como una cicatriz siguiendo un trazado que resulta artificial, y es que lo es, porque el Cinturón Verde no es otra cosa que el vestigio visible de la antigua frontera entre la Alemania Oriental comunista y la Alemania Occidental capitalista. Era la extensión de terreno que fue totalmente allanada, deshabitada y desprovista de árboles para marcar claramente la frontera entre dos estados diametralmente opuestos y detectar con facilidad cualquier intruso que pretendiera atravesarlo. Sin embargo, la sabia naturaleza rápidamente se apropió del Cinturón y lo moldeó generando un paisaje identificable y adaptado a las circunstancias especiales que habían marcado los acontecimientos históricos. El Cinturón Verde hoy en día es un entorno natural con flora y fauna propia, pero lo esencial es entender que ni siquiera existiría de no haber sucedido la división de Alemania y la Guerra Fría. Esos antecedentes, además de formar parte de la historia del Cinturón, le aportan ese grado de reconocimiento e individualidad. Lo convierten en especial e interesante.
En definitiva, cuando crees un escenario imagina una historia para ese lugar que lo convierta en un lugar atrayente y que transmita la sensación de que nos encontramos ante un emplazamiento importante y significativo, fuera de lo común, un lugar que ha tenido, tiene y tendrá una vida que merece ser contada.
El vicio del escritor documentalista
El segundo consejo a la hora de crear escenarios es evitar sucumbir ante el vicio del escritor documentalista, una tara que afecta especialmente a algunos autores cuyas obras versan sobre acontecimientos de otras épocas, donde la documentación es tarea imprescindible para conseguir expresar de forma certera la imagen, los usos y costumbres del momento. Este vicio consiste en que al escritor le sobreviene la imperiosa necesidad de demostrar durante la novela que ha hechos sus deberes sobre los campos de la arquitectura, el arte y la historia de los tiempos en los que se ambienta su novela, y para ello nos dedica una retahíla de datos y descripciones vacías al respecto cuando surge la mínima oportunidad. Estos alardes de conocimientos son tan errados como aburridos desde el puto de vista narrativo. Un lector no necesita que se le mencionen hasta los últimos detalles estructurales de la cubierta de una catedral gótica si dichos elementos no se integran en la visión de los personajes ni con los hechos de la historia. Lo único que consigue el escritor con ello es colgarse la medalla por su trabajo documental pero que su historia deje de avanzar para quedarse varada en medio de un pantano de términos académicos.
Dicho esto no debemos caer en equívocos. Las descripciones de los distintos elementos que aparecen en una novela son necesarias e imprescindibles, desde luego, pero las que son abusivas y de tipo documental, sin implicaciones narrativas, no son más que un ejercicio de vanidad que solo sirven para colmar espacio y entorpecer la historia. Es lo que se conoce coloquialmente como “paja” o “relleno” y debe ser evitado en la medida de lo posible. Un truco para lograr descripciones naturales es no olvidar que la mayoría de veces, incluso aunque un narrador externo sea el que relate la historia y describa los lugares, siempre habrá algún personaje en las inmediaciones, y si las sensaciones del personaje se engarzan con la descripción del narrador, esta ganará enteros.
Vamos a ver dos ejemplos de descripciones similares pero diferentes al mismo tiempo siguiendo este principio:
“Manuel empujó la puerta con un empellón y sin vacilar traspasó el umbral hacia la estancia que había más allá. Se trataba del gran salón, que se encontraba en el mismo estado ruinoso de abandono que el resto del castillo. A pesar de encontrarse sumido en la oscuridad, gracias a la luz de su antorcha podían intuirse aquí y allá las portentosas formas de columnas helicoidales que ascendían girando hasta perderse de vista muy arriba, en la oscura bóveda que coronaba aquel lugar, y bajo la que sin duda habían tenido lugar hechos memorables en el pasado: bailes, banquetes, recepciones y todo tipo de momentos dichosos en fechas señaladas llenas de regocijo y felicidad. El fuego de la tea que sujetaba Manuel iluminó vivamente los tapices roídos que aún colgaban de los muros. Habían sido tejidos por manos expertas y sus impresionantes bordados representaban escenas de la historia de todas las casas que habían habitado el lugar y que ahora habían quedado en el olvido para siempre.”
Esta breve descripción es aceptable, ¿pero por qué no darle más personalidad implicando al personaje de la siguiente manera?
“Manuel empujó la puerta con un empellón y sin vacilar traspasó el umbral hacia la estancia que había más allá. Se trataba del gran salón y, para desolación suya, se encontraba en el mismo estado ruinoso que el resto del castillo. A pesar de encontrarse sumido en la oscuridad, gracias a la luz de la antorcha podían intuirse aquí y allá las portentosas formas de columnas helicoidales que girando invitaban a Manuel a dirigir la mirada hacia arriba para contemplar cómo ascendían hasta perderse de vista en la oscuridad de la bóveda que coronaba aquel lugar. El joven fantaseó con los hechos memorables que sin duda debían haber acontecido bajo aquel cielo de sillares ahora abandonado: bailes, banquetes, recepciones y todo tipo de momentos dichosos en fechas señaladas, repletos de risas y bienaventuranza. Con suma veneración, el muchacho dirigió la tea encendida hacia los muros para iluminar con un resplandor los tapices roídos que aún colgaban de las paredes. Manuel quedó maravillado ante la maestría ejercida sobre las telas por manos expertas de otro tiempo. Los exquisitos bordados representaban escenas de la historia de las casas que habían habitado el lugar y que ahora habían quedado en el olvido para siempre.”
Nota la gran diferencia entre dos textos aparentemente similares. En el primero el narrador describe la escena desde una posición impersonal y neutra que no invita a implicarse con los datos que se están aportando. En el segundo, en cambio, se utiliza al propio personaje protagonista como catalizador de la descripción. Al mismo tiempo que se nos ofrecen los datos descriptivos del lugar, también nos llegan las propias impresiones que ejercen los elementos que integran el entorno sobre el personaje. Como lectores, prácticamente nos metemos dentro del personaje. Es como si él fuera contándonos cómo es el salón y cómo lo va descubriendo poco a poco a través de sus ojos, sus sentidos y su pensamiento.
Nuestra propia época como ambientación
La última recomendación de la entrada de hoy relativa a la creación de escenarios y lugares también guarda relación con el vicio del autor documentalista y es la que sigue: No tengas miedo a ambientar tu novela en tu propia época y en tu propio entorno.
Existe una creencia de que lo pasado es mejor que lo presente y que lo pasado otorga empaque a una obra automáticamente, así sin más. Muchos autores, tanto novatos y consagrados, prefieren desarrollar su historia en la España de los años veinte o treinta, en la Guerra de Independencia o si hace falta, en el medievo, y esto es totalmente legítimo y está justificado en la mayoría de casos, pero en ocasiones, al analizar un argumento de manera separada de muchas novelas de época, se llega a la conclusión de que retroceder en el tiempo ha sido un ejercicio gratuito de apariencias. Todo para una vez más recurrir a la tarea documental exhaustiva como principal sustento de los andamios de la historia, utilizando incluso un lenguaje arcaico propio de los años y totalmente ajeno a nosotros para aportar mayor grado de fidelidad e impresionar a los seguidores de la vieja escuela.
Piénsalo de la siguiente manera. Grandes autores universales de todos los tiempos emplazaron sus historias más reconocidas en su propio tiempo. Tolstoi y Dostoyevski basaron “Anna Karenina” y “Crimen y Castigo” en la Rusia de la que eran contemporáneos. Galdós ambientó “Fortunata y Jacinta” en el Madrid de finales del siglo XIX que él se conocía de arriba a abajo. Dickens hizo pasear a sus personajes por el Londres miserable cuya podredumbre contemplaba cada día. ¿Por qué no seguir sus ejemplos? ¿Por qué huir por defecto a otra época supuestamente más atractiva cuando el entorno que mejor conoces y controlas es el tuyo propio? No desdeñes las posibilidades que ofrece nuestra era para dar a luz buenas historias que pervivan en el tiempo y sirvan como un retrato de la realidad de ahora para las generaciones futuras.
La semana que viene seguiremos discutiendo sobre los asuntos relacionados con las localizaciones y los elementos de atrezzo. Mantente atento y sigue compartiendo tus historias con nosotros en sttorybox.com.