Durante el ciclo de lecturas para el verano hemos tratado obras literarias de toda índole y género, desde novelas de terror a novelas de ciencia ficción, pasando por ejemplos de novela policíaca, novela gráfica y algún trabajo documental. Hemos cubierto un espectro bastante variado y completo con títulos para todo tipo de gustos y lector, pero también hemos pasado por alto hasta ahora uno de los elementos más representativos de la actividad literaria propia del periodo veraniego: el teatro.
Durante el verano el teatro incrementa su protagonismo. Parece que a lo largo de estos meses siempre se encuentra una buena excusa para poner en escena una buena representación teatral. En verdad esto tiene que ver con el hecho de que durante las vacaciones la mayoría de ayuntamientos aumentan su oferta cultural. Sus vecinos cuentan con más tiempo para el ocio y necesitan formas de entretenimiento adecuadas. El tiempo siempre acompaña durante esta época y las actividades al aire libre se antojan obligatorias. Poder disfrutar de un entorno especial en óptimas condiciones no solo asegura el bienestar de los asistentes, sino que también actúa como un recurso más que auspicia la conexión del público con el espectáculo al que asiste, hasta el punto de considerar el momento como algo mágico. Todos estos ingredientes convierten al teatro en el candidato perfecto para tomar la calle en nombre de la literatura.
Las fiestas patronales y festivales fueron desde siempre lugares en los que dedicar un espacio a alguna obra teatral era costumbre, hasta el punto de llegar a instaurarse certámenes en los que la figura del arte escénico pasó a ser la protagonista absoluta. El ejemplo más conocido de nuestro tiempo quizás sea el Festival de Teatro Clásico de Mérida. Griegos y romanos eran conscientes del poder evocador del entorno a la hora de fomentar la comunión que se establece entre el público y los actores. El teatro era, como hoy, una forma de acercar la cultura y los sentimientos humanos al pueblo aplicando un sentido social y de comunidad. El teatro es sin duda algo más que literatura.
En Extremadura existe otro homenaje al teatro además del festival de Mérida. En la pequeña localidad de Zalamea de la Serena, en la provincia de Badajoz, desde mediados de los años noventa se viene representando cada año la obra escénica escrita por Calderón de la Barca que toma su nombre del municipio: “El alcalde de Zalamea”.
Cada mes de agosto los habitantes del pueblo se organizan para montar el escenario, confeccionar el vestuario, producir el atrezzo y participar directamente en la realización de la obra tomando el rol de alguno de los papeles principales. Así todos juntos colaboran en un evento que se considera de interés turístico regional.
Por qué deberías leer “El alcalde de Zalamea” este verano
“El alcalde de Zalamea” es una obra perfecta para leer durante el verano por los siguientes motivos:
- Las obras de teatro, siguiendo los preceptos establecidos por los padres de la tragedia griega, tienen una duración ajustada para ser completadas en el intervalo de una, dos o tres horas.
- Por lo tanto, una obra teatral puede leerse en una o dos sesiones de lectura intensas, margen de tiempo ideal para esta época en la que nuestro tiempo de dedicación a la lectura puede verse mermado.
- Calderón de la Barca es uno de los mayores representantes del Siglo de Oro español y uno de los mejores escritores de teatro de las letras españolas.
- Un lector poco acostumbrado a leer obras de teatro encuentra el consuelo de que el formato teatral, además de breve, presenta una estructura sencilla y pulcra con una única columna y hojas con mucho “aire” que permiten una lectura relajada con la continua sensación de avance.
- “El alcalde de Zalamea” es de por sí una obra destacable, estandarte de nuestra cultura literaria.
La historia se sitúa en el mencionado pueblo de Zalamea de la Serena durante las guerras entre España y Portugal que acaecieron durante el reinado de Felipe II. Al principio de la obra un contingente de soldados españoles, capitaneados por el noble don Álvaro de Ataide, acuden al pueblo buscando alojamiento y comida. Era obligación de los súbditos del reino ofrecer la conveniente hospitalidad a los hombres de armas, especialmente en plena campaña militar. Así pues, durante los primeros compases de la historia, los soldados toman posiciones en el pueblo y don Álvaro, como personaje de mayor rango en ausencia del general, es alojado en la casa de Pedro Crespo, el labrador más adinerado de la localidad.
Pedro Crespo, temeroso de que la extrema belleza de su hija Isabel pueda despertar los más oscuros instintos de los soldados y del propio don Álvaro, decide esconderla en una estancia secreta de la casa. Aunque don Álvaro considera deshonrosa cualquier relación de un gentilhombre como él con una villana, cuando se percata del celo del labriego por ocultar a la muchacha, siente curiosidad y se propone con diferentes artimañas hallar el escondite para verla en persona. Cuando esto sucede, queda prendado de ella, y las disputas entre la familia de la joven y el capitán no se hacen esperar.
Poco más se puede contar sobre esta obra sin desvelar importantes detalles de la trama. Existe sin duda un aspecto moralizante que recuerda a ese mismo componente educativo que ya se desprendía en la tragedia griega. Se trata sobre todo el tema de la honra y el honor, de la justicia, pero también de la diferencia de poderes entre distintas clases sociales y distintas ideas morales. Pero sin duda “El alcalde de Zalamea” es además una excelente oportunidad para repasar uno de los hitos de nuestro legado literario.
(Fotografía de portada facilitada por El País.com. Autor: Cristóbal Manuel).