Desde que terminó el verano en “Aprender a escribir” hemos dedicado todas las entradas al apartado físico de la novela, desde los escenarios, pasando por los objetos hasta terminar la hoja de personaje que teníamos pendiente todavía. Han sido profusos los artículos al respecto y la dimensión tangible de la historia quedó definida en su totalidad. Ahora podemos volver a tratar conceptos diferentes centrados en cuestiones formales y de estilo.
Hoy vamos a hablar sobre el ritmo interno de una novela. El ritmo es un elemento que se asocia naturalmente con la música y se define como a la sucesión de los sonidos en una melodía en función de su duración o intensidad. Lo cierto es que el ritmo puede aplicarse a todo tipo de artes, incluso en pintura se dice que la escena recogida en un lienzo contiene un ritmo determinado.
Recuerdo mis prácticas universitarias en una emisora de radio local, bastante nefastas, todo sea dicho, vista mi nula vocación y capacidad con los micrófonos. La única enseñanza que me resultó útil fue la explicación que nos dio un día la locutora jefe a mi compañero de prácticas y a mí. Nos confió que hablar en la radio para ella era como cantar, en el sentido de que las palabras debían ser pronunciadas siguiendo un ritmo, una cadena ordenada y consciente, de tal manera que no se hablaba simplemente ante el micrófono, sino que se cantaban las palabras.
Cuando se escribe acontece un proceso parecido. Si en una emisora de radio las palabras se cantan, escribiendo una novela las palabras se ordenan y acompasan como si se hiciera sobre una partitura. Seas consciente de ello o no, tus palabras adquieren un ritmo a medida que las plasmas en el papel y el lector va a percibir dicho ritmo durante la lectura. Es tu responsabilidad que ese ritmo sea el adecuado y el que deseas transmitir.
Como hemos dicho, el ritmo determina cómo se disponen dentro de la novela los elementos según su intensidad o según su duración. Normalmente las dos dimensiones, duración e intensidad, van asociadas, y son afectadas proporcionalmente por los dos componentes que pueden intervenir sobre el ritmo: la forma, es decir, las letras en sí; y el argumento, los hechos de la historia, las unidades dramáticas.
Enumeremos una serie de consideraciones que hay que tener en cuenta a la hora de construir el ritmo en una novela.
1) Ritmo y clímax
La más importante de dichas consideraciones es que el cambio de ritmo debe apreciarse especialmente alrededor de los puntos de giro principales de la novela, en concreto durante los llamados clímax.
El autor ha tenido tiempo de expresarse y desenvolver los entresijos de la historia durante muchas páginas, de mostrar el mundo del relato y sus detalles, ha podido realizar todas las explicaciones necesarias al lector para comprender los porqués y las razones del relato. En los puntos de giro ya no hay lugar a largas exposiciones o revelaciones superfluas, es el momento de desarrollar la acción de manera importante o definitiva y de un modo inconfundible y crucial. Este es un caso en el que el ritmo debe ser procesado por la necesidad de transmitir mayor intensidad, porque los clímax son momentos de destacada importancia por encima del resto de eventos.
En definitiva, cuando te acerques a momentos de giro y de clímax, acelera el ritmo (o disminúyelo en función de tu estilo y tus preferencias estilísticas), pero que se perciba la transición a un punto álgido de la novela gracias al cambio de ritmo.
2) Ritmo y equilibrio
Debes encontrar un equilibrio adecuado alternando momentos de ritmo intenso con otros pasajes de ritmo más pausado.
El cerebro humano admite un límite de estímulos a lo largo de un periodo determinado. Como cualquier órgano, nuestro cerebro es susceptible al cansancio. No puedes mantener una alta intensidad indefinidamente sin agotar al lector o peor aún, dejando de sorprenderlo; pero tampoco llevarlo al letargo sin entregarle un momento vibrante durante decenas de páginas.
Cada pico de intensidad debería ser precedido y seguido por un pico contrario de baja intensidad para permitir descansar al lector; e igualmente, cada momento de baja intensidad debería preparar la llegada de un punto álgido que colabore en la tarea de mantener enganchado al lector.
3) Ritmo y exposiciones
Las exposiciones, por su parte, ralentizan generalmente el ritmo. Siempre que se traten de exposiciones realizadas para aportar detalles corrientes de la novela, de sus lugares y personajes, el ritmo se va a moderar por sí mismo para que el lector tenga tiempo para procesar la información. Esto sucede de manera obligada por la naturaleza física de la novela. Leer la información que se ofrece, aunque sea la más simple de las descripciones, requiere un tiempo mínimo para completarse. Cuanto más largo sea un texto más minutos se necesitan. A su vez, ese bloque de información amplía el espacio existente entre la última unidad dramática que haya tenido lugar y la que está por venir. Se alarga por tanto el tiempo de espera entre eventos interesantes, y el ritmo queda afectado.
4) Ritmo y oraciones
Cuanto más largas sean las oraciones utilizadas, más lento será el ritmo. Una vez más esto tiene que ver con la cantidad de tiempo que tiene que dedicar el lector a leer y procesar la información y la cantidad de espacio que utiliza el autor para expresar sus ideas. En las sucesiones de oraciones de longitud corta, se realiza un intercambio mayor de ideas y se puede registrar más variedad de información en menos espacio, aumentando así el ritmo.
5) Ritmo y diálogos
Los diálogos también afectan al ritmo. Un discurso extenso, continuo e ininterrumpido, entonado por un mismo personaje, se percibe como una declaración meditada, incluso solemne, que hay que leer con especial atención y cuidado, midiendo los tiempos:
–Es lo que quería decirte. No te extrañe, soy la misma de siempre… Pero dentro de mí hay otra, y la temo. Es esa otra la que amó a aquel hombre y trataba de odiarte, sin poder olvidar la que antes había sido. Pero aquella no era yo. Ahora soy la verdadera, soy yo misma…, toda yo…, […]. Pero todo esto va a cambiar muy pronto. Solo necesito una cosa; que me perdones, que me perdones sin reservas. Soy muy mala.
“Ana Karenina”. Liev Tolstoi.
Unos diálogos cortos y precisos, sin acotaciones, en los que existen continuos intercambios en el turno de palabra invitan al lector a cambiarse continuamente de posición y a ajustarse con rapidez al parecer que cada personaje intenta expresar. Comprueba que este diálogo no tiene ni una sola puntualización del narrador y resulta veloz, directo, auténtico y puro gracias al intercambio continuo entre los dos personajes:
–La pregunta ahora es ésta: ¿puedes continuar viviendo con tu marido? ¿Lo deseas tú? ¿Lo desea él?
–No sé… No sé nada.
–Me has dicho que no puedes soportarle.
–No, no lo he dicho… Retiro mis palabras… No sé nada, no entiendo nada.
–Permite que…
–Tú no puedes comprender. Me parece hundirme en un precipicio del que no podré salvarme. No, no podré…
–No importa. Pondremos abajo una alfombra blanda y te recogeremos en ella. Ya comprendo que no puedes decidirte a exponer lo que deseas, lo que sientes…
–No deseo nada, nada… Solo deseo que esto acaba lo antes posible.
“Ana Karenina”. Liev Tolstoi.
Las líneas de diálogo no deben ser vistas solo por separado, sino en el conjunto. Si tras una línea de diálogo, el narrador introduce una línea descriptiva de acción más allá de los habituales “dijo”, “replicó”, “respondió”, etc, el ritmo general del diálogo será más lento que en aquellos diálogos donde solo queda registrado lo conversacional, por el simple hecho de que el lector, en un diálogo con apuntes descriptivos, invierte más tiempo de lectura y análisis en imaginar lo que se le está describiendo:
Esteban Arkadievich se acercó precipitadamente a su cuñado ofreciéndole tabaco.
–No fumo –repuso Karenin con calma.
–Creo que las bases de esa opinión están en la esencia misma de las cosas –dijo.
E intentó pasar al salón, pero en aquel momento Turovzin le habló inesperadamente.
–¿Sabe usted lo de Prianichnikov? –preguntó sintiéndose animado ya por el champaña a romper el silencio en que hacía rato permaneciera–. Me han contado –siguió, sonriendo bonachonamente con sus labios húmedos y rojos y dirigiéndose a Karenin como invitado de más respeto– que Vasia Prianichnikov se ha batido en Tver con Kritsky y le ha matado.
“Ana Karenina”. Liev Tolstoi.
Nota cómo especialmente en el último bloque de diálogo el lector, inconscientemente, va a detenerse durante la lectura del diálogo para imaginar al personaje de Turovzin sonriendo y afectado por la bebida mientras se está dirigiendo a sus acompañantes, tal y como le sugieren las indicaciones del narrador.
6) Ritmo, intensidad y emociones
El ritmo se utiliza principalmente para distinguir la intensidad (o importancia) y la duración de las acciones y acontecimientos, pero también puede destinarse a otras finalidades variadas como, por ejemplo, transmitir el estado anímico de un personaje.
Ana miró el reloj. Habían pasado doce minutos desde que mandara el recado a Vronsky. “Un poco más. Nada más que diez minutos. ¿Y si no vuelve? No, no es posible… No está bien que me vea con los ojos así… Comprenderá que he llorado… Voy a lavarme… Sí… sí. ¿Estoy ya peinada o no?”, se preguntó de repente. Y no recordándolo, se tocó la cabeza. “Sí, estoy peinada… Pero ¿cuándo me he peinado?… No me acuerdo”.
“Ana Karenina”. Liev Tolstoi.
Como puedes ver, este pequeño pasaje tiene un ritmo especial que salta a la vista. Al ser un fragmento entrecortado y confuso, el lector es capaz de apreciar la sensación de nerviosismo que está experimentando el personaje.
.
Permanece atento la semana que viene para ver nuevos ejemplos sobre el uso del ritmo y sigue compartiendo tus relatos con nosotros en www.sttorybox.com.