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Aprender a escribir XXXVI – Diálogos

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Los diálogos son tal vez una de las herramientas más complicadas de manejar para cualquier escritor. Paradójicamente, es muy sencillo escribir diálogos, pero sumamente difícil que estos resulten convincentes una vez terminados. Hay diálogos que no nos parecen naturales cuando los releemos y salta a la vista que los hemos generado sin la vitalidad necesaria para que el lector se implique en ellos.
Ha habido escritores que manejaron con maestría la escritura de diálogos. Otros, ya sea porque no los consideraban importantes dentro de su estilo o porque no se sentían cómodos a la hora de escribirlos, optaron en su día por escribir relatos privados directamente de ellos, confiando el argumento sobre la acción puramente descriptiva que puede ejercer un narrador en primera o tercera persona.

Hoy ofrecemos unas pautas mínimas que nos sirvan como guía a la hora de desarrollar con éxito este elemento esencial en cualquier novela. Yo mismo considero que los diálogos son unas de las asignaturas que todavía no domino del todo, porque tienen más que ver con la habilidad y el ingenio del escritor que con la pura teoría, pero espero aportar mi grano de arena al respecto.

1. Cuestiones de formato

En primer lugar, debemos recordar los puntos elementales en cuanto al formato de los diálogos.

a) En el mundo editorial en lengua española, una línea de diálogo es introducida siempre por un signo de puntuación cuyo término correcto es raya. Esta raya no debe confundirse con el guión corto o el guión largo.

Cuando escribimos utilizando un ordenador o computadora, no debemos pulsar simplemente la tecla de guión para abrir un diálogo, sino que es necesario que pulsemos las teclas Alt+Shift+Guión (en Mac) o Alt+las teclas 0 1 5 1 en el teclado numérico (en Windows). Se añadirá así al documento una raya en lugar de un guión corto. Otra opción si utilizamos algún software con sistema de búsqueda y remplazo de caracteres, es utilizar el guión corto y luego seleccionar el remplazo de todos ellos por una raya.

Observa la diferencia entre las tres líneas de diálogo inferiores. Las dos primeras utilizan el guión corto y el guión largo. La tercera de ellas utiliza el signo correcto, la raya:

-Entrégueme sus armas.

–Entrégueme sus armas.

—Entrégueme sus armas.

En algunos países no se utiliza la raya para anteceder a una línea de diálogo. Está bien conocer este dato para que no nos coja por sorpresa si alguna vez leemos algún libro en otro idioma o con otro sistema de puntuación.

b) La raya también se utiliza durante un diálogo para añadir las precisiones y comentarios del narrador.
Para añadir una precisión del narrador, hay que dejar un espacio en blanco justo después de terminar la línea de diálogo. La apreciación del narrador comienza inmediatamente tras una nueva raya, sin guardar un espacio con ella, y en minúscula.

—Entrégueme sus armas —dijo el coronel.

c) En muchas ocasiones el diálogo de un personaje no termina justo antes de la apreciación del narrador, sino que ha sido interrumpido por ella momentáneamente para seguir a continuación. En este caso, la apreciación del narrador se cierra con una segunda raya y el signo de puntuación que corresponda. El diálogo es retomado inmediatamente en mayúscula o minúscula, según el signo de puntuación que cerró la precisión del narrador.

—Entrégueme sus armas —dijo el coronel—. Queda relevado del puesto de guardia.

—Entrégueme sus armas —dijo el coronel—, y vuélvase por donde ha venido. Queda relevado del puesto de guardia.

d) Algunas líneas de diálogo son añadidas siguiendo las disposiciones del propio narrador, que se encarga de indicar qué fue dicho por quién. En este caso, la línea de diálogo se coloca entre comillas latinas «», también conocidas como comillas españolas. Las comillas latinas se introducen en Mac con Alt+Shift+símbolo de llave { para abrirlas y símbolo de llave } para cerrarlas. En Windows se utiliza Alt+ 1 7 4 para abrirlas y Alt+ 1 7 5 para cerrarlas (siempre que se usen teclados con un panel numérico).

El coronel estaba tan contrariado que gritó: «Entrégueme sus armas y vuélvase por donde ha venido. Queda relevado del puesto de guardia».

e) Estas mismas comillas se utilizan cuando se expresan pensamientos de los personajes en forma de diálogo. Si este pensamiento contiene alguna precisión del narrador en su interior, se incluirá dentro de las comillas y seguirá las reglas vistas para las precisiones de narrador.

El coronel no dejaba de caminar de un lado a otro de la sala, visiblemente contrariado con el soldado.
«¡Maldito sea! —pensó—. Tendré que relevar a este inútil del puesto de guardia».

Pero si la precisión del narrador es colocada al final, se hará fuera de las comillas y tras una coma:

«¡Maldito sea! Tendré que relevar a este inútil del puesto de guardia», pensó.

Otra cuestión que hay que tener en consideración es que la gran mayoría de diálogos son una traslación al papel de una conversación real, pero en ningún caso una simulación literal de ella.
En un diálogo escrito cada personaje interviene completa y ordenadamente para luego dar paso al siguiente personaje, que sigue el mismo proceder. En la vida real las personas no dialogan así. Las interrupciones son continuas, alguno de los hablantes comete errores de pronunciación o de gramática, existen vacilaciones mientras se conversa, se dan varios silencios, etc.

¿Por qué admitimos un diálogo literario como veraz y nada nos distrae durante su lectura? Porque somos conscientes de que si los diálogos fueran escritos siguiendo los modos y maneras de una conversación real, la lectura de un libro sería indescifrable o, como poco, muchísimo más ardua.

El diálogo literario es el código de buenas maneras que nos ha sido inculcado hasta imponerse como modelo a seguir. Y no es para nada mal modelo. Tras siglos de tradición literaria no hay discusión al respecto sobre cómo esta manera de escribir consigue un equilibrio adecuado entre legibilidad y fidelidad en la dramatización de conversaciones puestas en papel.

Por otra parte, a veces se recurre a un tipo de diálogo más literal y cercano al discurso real para intentar transmitir cercanía y verismo. Una vez más, son cuestiones de estilo y finalidad las que determinarán si se recurre a tal recurso.

2. Cuestiones narrativas y de estilo

Ahora es momento de tratar la escritura de diálogos como herramienta de expresión y narración más allá de lo puramente formal.

A la hora de escribir diálogos me gusta entenderlos como si se trataran de un combate de boxeo, figuradamente hablando. No contemplo un diálogo como un simple intercambio de información a secas, no al menos en todas las ocasiones, sino como un intercambio de emociones y actitudes que acompañan al intercambio de información.

En cada diálogo un personaje debe exhibir una intención o pensamiento, y además lo hace reaccionando justo a lo que le acaba de decir su interlocutor. Así ambos personajes se embarcan en una escalada en la que se encadenan líneas que fluyen con sentido hasta darse una resolución.

En tal intercambio de palabras, uno de los personajes puede situarse en una posición defensiva de inferioridad mientras que el otro lleva la iniciativa, como sucede en cualquier combate. Por otra parte, la escalada no tiene que ser extrema, ni siquiera agresiva y llena de malos sentimientos siempre, también puede darse un combate amistoso, un intercambio en el que ambas partes son en realidad aliadas y con cada intervención se apoyan entre ellas.

La esencia del concepto es entender que cada línea de diálogo expresada por un personaje depende de la anterior y debe influir en la que le va a seguir. Y así la conversación crece y tiene sentido unitario hasta que se termina.

Observa el siguiente ejemplo. El personaje de Tom Joad ha sido recogido en la carretera por un camionero. Tom acaba de salir de la cárcel del condado y lleva las ropas que le han dejado en el presidio. El conductor se da cuenta de ello y comienza a hacer preguntas a Tom hasta que éste decide divertirse poniendo al camionero en un aprieto por excerse en sus indagaciones.
En este diálogo puedes comprobar cómo Tom Joad lleva la voz cantante y va golpeando con cada línea de diálogo la curiosidad del camionero, que cuando se percata de que ha metido la pata no puede hacer otra cosa que adoptar una actitud defensiva y elusiva. Tom eleva cada vez más el nivel de sus reacciones, subiendo el tono o desvelando más información comprometida, burlándose con ello de la actitud y las respuestas temerosas dadas por el camionero.

—Si que he estado en McAlester. He estado cuatro años. Está claro que estas ropas son las que me dieron al salir. No me importa un comino quién lo sepa. Y vuelvo donde mi viejo para no tener que mentir para conseguir trabajo.
El conductor dijo:
—Bueno, no es asunto mío. No soy entrometido.
—¡Y un cuerno! —replicó Joad—. Su enorme nariz ha estado husmeando de mala manera. Me ha estado olfateando como haría una oveja en un bancal de verduras.
La cara del camionero se tensó.
—Me ha malinterpretado… —empezó debilmente.
Joad se rió de él.
—Se ha portado bien, me ha llevado. Bueno, qué más da. He estado en la cárcel. Y qué. Quiere saber por qué, ¿no es verdad?
—No es asunto mío.
—Su único asunto es conducir este monstruo y eso es a lo que menos se dedica. Mire, ¿ve aquella carretera allí delante?
—Sí.
—Bueno, yo me quedo allí. Ya sé que se muere de ganas de saber qué hice. […] Homicidio —dijo con rapidez—. Es una de aquellas palabras…, significa que maté a un tipo. Siete años me echaron, He salido en cuatro por buen comportamiento.
El camionero pasó los ojos sobre el rostro de Joad para memorizarlo.
—Yo no le he preguntado nada —dijo—. Yo me ocupo de mis asuntos.
“Las uvas de la ira”. John Steinbeck.

Los diálogos no son la única manera por la que un personaje puede expresar sus pensamientos, pero sí que conforman la más natural y recurrente. Cuando alguien quiere compartir alguna idea lo primero que hace es comunicarla hablando. Y aquí entra en juego otro punto importante: cada personaje tiene una voz diferente y esta debería notarse en sus diálogos.

No se trata de recurrir a acentos ni dejes lingüisticos, sino de comprender que la personalidad del personaje debe verse de alguna manera reflejada en sus palabras. Así, un personaje sabio puede hablar de manera sosegada, controlada y educada, dejando perlas de conocimiento en sus oraciones. El personaje insolente, en cambio, se dirigirá a los demás con otros modos hasta el punto de que deberíamos ser capaces de intuir sus burlas y sus formas en sus líneas de diálogo.

Por último, no olvides que los diálogos tienen un ritmo asociado en función de si presentan más apreciaciones del narrador o no y de su longitud, tal y como vimos con diferentes ejemplos hace dos semanas en la primera entrada de “Aprender a escribir” acerca del ritmo. Repasa esos ejemplos para completar todo lo tocante a los diálogos cuando son utilizados como instrumento transmisor de ritmo.

Espero que esta información te resulte útil y que puedas implementarla en los relatos que compartes con nosotros en sttorybox.com


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